El fútbol, ese deporte puro y divertido, no parece ser a través de la historia un mero juego. La pasión que provoca en los pueblos, la facilidad de masificación que estos últimos demuestran al unificar el sentimiento por los colores de la camiseta que llevan en el corazón, han hecho estudiar al fútbol como tema político social.
El deporte popular llegó a Rusia a finales del siglo XIX, bastante tiempo antes de la llamada “primer revolución socialista” y se constituyó como federación recién en 1912. El primer campeón fue el San Petesburgo que en 1925, instaurada la Revolución paso a llamarse el Zenit de San Petesburgo.
Antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, de la época moderna, la Federación de Fútbol Rusa contaba con 200 equipos. En 1917 con la llegada de la revolución todo lo logrado hasta allí en materia de organización futbolística se desmadró y recién en 1922 el deporte de “todos” volvió a tomar forma organizada con al nueva Federación esta vez comandada por el nuevo gobierno y recién en 1936 pudo disputarse el primer partido oficial de la historia soviética entre el Dynamo de Leningrado (actual Dynamo de San Petesburgo) y el Lokomotiv de Moscú.
La KGB con su Dynamo de Kiev, el ejercito rojo con el CSKA o el mismísimo Torpedo, equipo de fútbol de la fábrica de automotores ZIL, en el cual brillara el mejor jugador ruso de la historia, Eduard Anatólievich Streltsov; fueron algunos de los clubes de fútbol manejados directa o indirectamente por organismos estatales o sindicales.
Streltsov, quien fue algo así como el George Best ruso, fue un símbolo de la resistencia al comunismo. Carismático, hábil, ganador con el sexo opuesto y bebedor, se convirtió en héroe con un triplete de goles en su debut con la selección rusa en 1954 y terminó de maravillar al pueblo cuando en las semifinales de los Juegos Olímpicos de Melbourne en el año 1956, la URSS perdía 1-0 y jugaba con nueve ante Bulgaria. Streltsov fue el héroe del grandioso triunfo cuando con su juego y sus goles dio vuelta el resultado. La potencia y definición de Streltsov le convirtieron en el ídolo de la afición del Torpedo de Moscú que aplaudía al verlo gambetear, realizar un taco o driblear a un adversario. Problemas de amoríos donde metió la cola la política, y la imagen de una vida ligera lo llevaron a una situación extrema en la cual el presidente Nikita Jrushchov, había orquestado una maniobra y ordenado su detención al verlo como “un modelo de conducta peligrosa” para el sistema comunista. Recién en octubre de 1964, el nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brézhnev concedió el indulto a Stretsov y le permitió volver al Torpedo de Moscú antes que comenzara la edición del torneo de 1965.
Conjuras, traiciones, espías y políticas autoritarias movieron el fútbol en el este del mundo durante mucho tiempo.
Pero algo bueno quedó en la memoria de quienes vivieron esos años y el Negro Fontanarrosa, como nos tiene acostumbrado, lo definió con maestría: Ferenc Puskas, fue «la izquierda más esclarecida del comunismo». Aquella selección húngara fue la que le propinó la primera derrota a la Inglaterra invencible de Wembley. Y no solo la derrotó en el marcador, el team de Puskas humilló a los británicos venciéndolos por 6 a 3, con su fútbol ofensivo y compacto. Tal era la magia colectiva de aquel equipo húngaro que en la revancha jugada medio año después en Budapest, le propinó una de las mayores humillaciones recibidas por Inglaterra, en números un terminante 7 a 1 y en juego mucho más que ello.
La medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952, una Copa Internacional en 1953 fueron los títulos más resonantes de este inolvidable conjunto y la formidable perfomance en Mundial de 1954, donde perdieron la final ante Alemania Federal en lo que fue denominado como el milagro de Berna, no quedará en el olvido de la memoria colectiva del mundo del fútbol.
Su entrenador, Gustav Sebes, tenía una visión del fútbol totalmente desconocida hasta ese momento y hacía de su socialismo una filosofía de vida con aquel lema que revolucionó al fútbol: “dar todo y esforzarse al máximo para un beneficio común”.
El “equipo de oro” tenía es sus filas no solo a Puskas, sino que se complementaba con figuras como Sándor Kocsis, Zoltán Czibor o Nándor Hidegkuti. La calidad exquisita de sus jugadores, sumada a las ideas ofensivas de su técnico, confluyeron en el mejor conjunto húngaro de todos los tiempos y una de las mejores selecciones de la historia del fútbol.
“Los magiares mágicos” sentaron sus bases socialistas con un fútbol revolucionario, implementando el novedoso sistema de arquero, cuatro defensores, dos medios y cuatro atacantes, creando lo que hoy se conoce como “mediapunta”. Gyula Groscis, Jenö Buzánszky, Gyula Lóránt, József Zakariás, Mihály Lantos, Kocsis, József Tóth, József Bozsik, Hidegkuti, Puskas y Czibor quedaron en la historia del fútbol mundial, no solo por ser un equipo enmarcado en un orden mundial distinto al de occidente, sino por cumplir la premisa que los llevó a marcar una época, con aquella frase del propio Puskas quien afirmó «cuando atacábamos, atacábamos todos. Cuando defendíamos, defendíamos todos», y eso también era socialismo.
El año 1956 significó el comienzo de la pérdida de la libertad en Hungría, cuando la intervención militar de la Unión Soviética terminó con el régimen más liberal del bloque. Puskas y algunos de sus compañeros, en plena gira, no quisieron retornar a Hungría y fueron suspendidos por la FIFA que como lo hizo en toda la historia salió en defensa de la corporación y suspendió a los rebeldes. Ese fue, indudablemente, el punto de partida de la decadencia del fútbol húngaro que llega a nuestros días muy lejos de aquella mágica realidad.
Libertad y arte. Política y fútbol. Sobre todo eso, fútbol…